domingo, 15 de marzo de 2009

Ya esta dicho

Ni que decir tiene que adoro la tranquilidad.
Me repudian las personas verborreicas,
abomino todo lo que me altera indeseadamente,
detesto los que van de sabihondos
pues me repelen su ignorancia y desdén.
Y como ya he dicho
venero la calma,
esa que a veces me das,
precisamente esa que me serena,
es la que más estimo en el alma.
Cuando te hablo sin despegar los labios,
cuando te oigo con mi tacto,
cuando me susurras a voces tu lamento...
Cae la tarde sobre la ciudad
en ese momento todos necesitamos a alguien.
Yo te echo de menos
y a la vez creo tenerte tan cerca
que no acierto a verte.
A veces, se necesita perspectiva
para adivinar tu nebulosa,
que enturbia mis pensamientos
y me satura los sentidos.
Tu corazón de pomposa espuma
sólo sabe regalarme pájaros muertos
que tampoco acierto a ver
a causa de mis embaucados sentiemientos.
Ya cae la noche en los tejados
con una ligera llovizna mediterranea,
imploro con lágrimas tu presencia
que me traiga la paz y la ternura,
la placidez y serenidad,
la dulzura de la que me alimento
y preciso para seguir viviendo.
Te busco a toda costa vagando por las calles
desorientado por tus quimeras,
tu sonrisa y tus caricias anhelo
y siempre acabo abrazado a la luna
reflejada en los charcos del suelo.
Por fin, una canción antigua
me despierta o eso creo
y me colma el alma de esperanza
y sólo eso,
sólo vanas ilusiones.
Mientras, sigo aquí atrapado
en los lodazales del suelo,
preso de tres gravedades
que me arrastran al averno.

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